Ella me mira a través de las ramas.
Siento como entra en mi y recorre mi imaginación, Única y expectante….aterrorizando cada aspecto de mis ilusiones, porque ilusiones y fantasías es todo lo que tengo, interpretaciones de lo llega a mí como la ola que tocó las costas de oriente y ahora también puede mojar mis pies, reafirmando que miles de kilómetros físicos solamente son válidos si nos regimos por aquellas medidas calculables y no por la fuerza de nuestros deseos.
Su cabello corto me hace preguntar si es una niña aún o quizás una adolescente que tiene las mismas preguntas que yo. Las ramas no me dejan contemplarla por completo, me interrumpen como la nube que cubre la Luna en primavera. Sin embargo, hay algo en su ropa, algo en su kimono que me puede contar algo más. Aquel estampado de exquisitas texturas, forma un remolino sobre el cual viajo y me pierdo, un rompecabezas bicolor, de perfectas piezas inmutables. Caigo dentro de aquellas flores que me recuerdan que el otoño ya llegó, llegó y que para ella siempre será otoño.
Sus manos están ocultas. ¿Cómo serán? Imagino que finas, como dos perlas blancas, dos joyas que podría contemplar en el escaparate de la mejor tienda. Su cuerpo está levemente inclinado, al parecer ella tampoco puede verme a través las ramas, que aunque siendo tan finas y con tan pocas hojas, nos quitan el sentido de totalidad que ambas buscamos. ¿Tendrá miedo de mí? No lo creo, su boca tenuemente abierta deja entrever un poco de curiosidad y duda, pero todo esto es desplazado por la fuerza de su mirada.
Siento que tiene pena, que algo le molesta, algo ocurre que no deja que sea natural ¿seré yo que al contemplarla la devoro poco a poco? o ¿será acaso que el segundo que la capturó no le permitió saber qué pasaría con ella? jamás podré adivinar el por qué, pero ¿Y si atravieso aquellas ramas, podré ayudarla?
Siento que quiere alargar su mano para invitarme a recorrer las calles de la ciudad. Si caminamos juntas todo podría empezar a tener color. Comienzo a fundirme con el paisaje, cierro mis ojos con fuerza y mi chaleco azul se atasca en aquellas ramas, tiro con todas mis fuerzas de él, quiero que se desprenda para poder ver que hay más allá de la niña del kimono, necesito conocer qué cosas construyeron su mundo, a quienes visitó, que sueños tenía y cuál era el destino que la vida le había prometido antes que llegará su eterno otoño.
Pero nada de eso es capaz de llegar a mi, solo un vacío grande se cierne sobre mi pecho y sus sandalias parecen haber dado un paso atrás.
“¡Por favor no te vayas!” quiero poder decirle. Tu me conectas a esas tierras tan lejanas, la delicadeza de tu forma es la esencia misma de la Diosa del Sol, incluso a través de las ramas puedo sentir la naturaleza que hay en ti. Cada vez que la contemplo y me pierdo en sus detalles, siento que he avanzado un poco más, tal vez la siguiente vez que divague frente a ella, sí pueda tomar su mano y entrar en las calles que quizás en otra vida recorrí. Pero por ahora mi único recuerdo serán las hojas imaginarias que cayeron sobre mi cabeza al tratar de llegar ahí una vez más. ¿Habrá hecho frío? Me pregunto al sentir el infinito tiempo y espacio que nos separa. Su ser no parece entender lo que ocurre, jamás entenderá lo que pasó.
Yo también lo hecho mil veces…los capturo y no me siento a contemplar qué fue lo que realmente sintieron, lo que realmente pasó. Un instante, en solo un momento y mi cámara los ha congelado para siempre, los ha hecho míos. Sus rostros ahora son parte de mi colección.
Mi niña del kimono la cual me mira desde la pared de mi habitación, jamás se habrá imaginado dónde terminó su fotografía. Quizás aquellas ramas, no solo la separaron de mi, si no también de Araki, aquel que tuvo la suerte de encontrarla aquella tarde de 1980 cuando la retrató con su cámara y la hizo eterna.
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